No estamos haciendo lo suficiente

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Donde sea que miremos hoy en el mundo hay señales del desastre ambiental. En la atmósfera: hemos depositado millones de toneladas de CO2 que están generando un calentamiento de la temperatura promedio global y que podría superar el umbral de los 2 grados a fines de este siglo. En los océanos, ese exceso de dióxido de carbono, está incrementando la acidez de las aguas y destruyendo los arrecifes de coral, poniendo en riesgo su existencia. En estos mismos mares, flota para nuestra vergüenza una isla de plástico tres veces el tamaño de Francia, y también de ellos la industria pesquera extrae todos los días toneladas de especies marinas.

El impacto del hombre y la extracción de recursos continúan en tierra. A los bosques los estamos destruyendo a un ritmo en el que, al hacerlo, liberamos aún más CO2 a la atmósfera del planeta, alteramos los patrones de lluvia, reducimos la biodiversidad, acorralamos a pueblos indígenas que habitan esos territorios hace siglos y, al mismo tiempo, borramos para siempre especies de plantas y animales que ni la ciencia ha tenido tiempo de observar y conocer. En la Amazonía, las mafias criminales envenenan con toneladas de mercurio los ríos para extraer el oro que termina alimentando las refinerías de Europa, Asia y Estados Unidos.

Nuestra especie está destruyendo árboles y animales antes de que siquiera podamos descubrirlos y maravillarnos ante ellos. Los insectos, el principio de la cadena alimenticia de muchos seres vivos, están esfumándose con consecuencias aterradoras.

 

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